Filomena, la nueva diosa de Madrid

Publicado el: Sáb, 09/01/2021 - 23:16 Por: drupaladmin
La gente pasea por el centro de la calzada, en la Gran Vía nevada. G. BOUYS AFP

Artículo de opinión de El Mundo,  por JORGE BUSTOS,    @JorgeBustos1,  Madrid. 9 De Enero de 2021

Nadie imagina triste a un muñeco de nieve. Se le redondea generosamente el cuerpo, se le planta la zanahoria en la cara y se le curva la sonrisa con una ramita de acacia rescatada del asfalto. ¿Asfalto? El asfalto ha desaparecido de la jungla de asfalto. Madrid ha dejado de ser una metrópoli para ser de nuevo aldea, poblachón sencillo donde los madrileños -¿habrá que repetir que madrileños son todos los españoles y buena parte de los extranjeros?- se divierten hasta extremos medievales como en un cuadro de Brueghel. Fue pintor de la peste y del invierno, de modo que ninguna modelo puede posar para Brueghel tan airosamente hoy como Madrid, con su piel blanca y su alma sufrida.


Vienen de sufrir mucho los madrileños, ola tras ola, pero les cae un tsunami de nieve y no les da la gana de sufrir más, interrumpirán las fúnebres cautelas y se echarán risueños a esquiar por la Gran Vía, a hacer concursos de salto en Vallecas, a montar batallas campales en Callao, a llevar el correo del zar por Hortaleza con un trineo tirado por perros. ¿Estaban esos perros y ese trineo guardados para una ocasión como esta? Por supuesto: en Madrid hay de todo y todo nos parece bien, desde los náuticos con los que sale a calarse un joven conservador hasta las botas de tacón con las que una pija perfecta domina milagrosamente el arte del equilibrio sobre el hielo.


Cuando nieva el madrileño más canoso se hace niño, porque la niñez es la estación del presente y la nieve dura lo que dura. Hay que salir corriendo a aprovecharla. De Ruano a Sabina sabemos que la soledad es blanca, que la muerte viaja en ambulancias blancas, pero el madrileño no está dispuesto a que le agüen la fiesta.
La Julia de Plensa luce más blanca que nunca, se le han desdibujado las facciones pero podemos intuirle la preocupación a cada golpe de sirena que rasga el silencio espeso de la ciudad parada. Madrid está atónita, asustada de su propia metamorfosis. Está pálida de nieve y asombro porque era mesetaria y hoy parece alpina; porque era ruidosa y hoy calla; porque pertenecía al meteorismo de coches con navegador y hoy vacilan sobre sus calles los pasos desorientados de los peatones.

Caminan apenas, trastabillan como si ascendieran por una colina de almohadones los mismos madrileños que siempre van con prisa a algún plan bien definido. Queda peregrinar a Gran Vía, a contrastar los tuits con la realidad de una guerra civil de bolas de nieve que demuestra que Madrid es también y siempre un no pasarán, aunque al final acaba pasando todo el mundo.


Madrid siempre fue divertida, pero esta vez es un festival. Tiempo ha habido y habrá para el duelo. Hoy sus hijos rinden culto a Filomena, madre cósmica de Cibeles, nueva diosa de Madrid.
 

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