Sabino Arana, el primer ayatolá de los vascos: el origen del nacionalismo

Publicado el: Sáb, 22/08/2020 - 00:22 Por: drupaladmin
Sabino Arana

Se reproduce un artículo de  JORGE BUSTOS, Diario El Mundo Jueves, 20 agosto 2020, esclarecedor de lo que significa el PNV hoy en día, como herencia de su fundador, Sabino Arana.

El fundador del concepto de 'patria vasca' y del PNV fue un exaltado machista, casado con una mujer de 126 apellidos vascos y un incansable competidor de Unamuno, mucho más inteligente, brillante y decisivo en la cultura española.

“Tanto jesuitismo metabolizado desde niño -y entendido como negociación entre fines absolutos y medios flexibles- afloraría años después en su estrategia política”

No es verdad que los vascos carezcan de sentido del humor. Lo desmiente la estupenda hornada de cómicos salidos de la televisión pública vasca en los últimos tiempos. Pero quizá sí sea cierto que durante mucho tiempo el vasco ha estado más acostumbrado a protagonizar chistes que a contarlos, y eso no sucede por casualidad. Es que han dado nombres muy cipotudos a la historia de España. Es que el hombre al que aún rinden honores como ideólogo de la patria vasca mueve más a la sátira que al respeto. Y decimos sátira y no abominación abierta por ser corteses con el Partido Nacionalista Vasco, que en sus mejores años se conduce con responsabilidad parlamentaria a efectos de la gobernación de España.

Sabino Arana no fue solo el despertador de la conciencia nacionalista en su terruño y el fundador del PNV. Fue también un racista de puro encaste mengueliano, un meapilas tridentino y un orate demenciado por el odio al maketo, al no vasco que según él invadía y contaminaba su santo territorio. Sin embargo hoy es el día en que aún persisten sus bustos y estatuas en los parques y plazas de Euskadi, en todos los batzokis -tabernas sociopolíticas adscritas al PNV, como las casas del pueblo lo están al PSOE- y, lo que es peor, en el ideario del movimiento hoy hegemónico en aquella comunidad autónoma.

Es cierto que en los últimos tiempos el PNV ha tratado de desmarcarse de las afirmaciones más ruborizantes de su patrón, enmarcándolas en el contexto de la época, cuando la eugenesia era una fe aceptada en los más copetudos clubes ingleses. Pero el aranismo es un virus que ya ha hecho su trabajo, y el antídoto, si hubiera ganas de distribuirlo, llegaría tarde. La enfermedad se llama hispanofobia y el antídoto se llama educación, transferida a las autonomías hace décadas. Que Arana fuera compañero de generación de Unamuno, que compartieran orígenes sociales y geográficos y que incluso concurrieran juntos a la oposición para la cátedra de vascuence son datos desmoralizadores: se prestan a una melancólica reflexión acerca de los inescrutables caminos que toma la genética para privilegiar la inteligencia de unos y castigar con las sobras a otros.

Nació don Sabino en 1865 en la casa bilbaína que ocuparía luego la Falange y cuyo solar adquiriría en la Transición el PNV para levantar su cuartel general: Sabin Etxea. Fue el octavo y último hijo de Santiago y Pascuala, matrimonio de una fertilidad perfectamente vasca. El padre era carlista, circunstancia que le obligó a exiliarse a Francia con la familia por una temporada. El pequeño Sabino estudió en los jesuitas de Bayona y luego en San Juan de Luz. Concluida la carlistada regresa a casa y es internado en otro colegio jesuita de Orduña. Tanto jesuitismo metabolizado desde niño -y entendido como negociación entre fines absolutos y medios flexibles- afloraría años después en su estrategia política. Hoy sigue delatando las taimadas decisiones de su partido, que suele jugar siempre con dos barajas. A veces con tres.

El joven Sabino adopta el carlismo como ideología natural. El día de Pascua de 1882, mientras convalece de tisis en la cama, se presenta a visitarlo su hermano Luis y le refiere una conversación epifánica con un santanderino que le había afeado su defensa del privilegio foral en boca de un español como cualquier otro. El santanderino había tocado sin quererlo el hueso crematístico de todo nacionalismo ibérico: todo por mi pasta, que de mi patria y su poética cobertura nos ocuparemos luego. Recogiendo el guante de su reprobador, Luis Arana se pregunta honestamente si le gusta más ser un mal español o un vizcaíno excepcional y concluye, sin herniarse, que suena mejor lo segundo. Y que ya no se puede ser carlista porque el carlismo incluye la vergüenza de ser español. Sabino se atreve a rebatirle, discuten durante horas, pero el mayor acaba introduciendo en el adolescente de diecisiete años la duda sobre su identidad. Se compromete a estudiar a fondo la lengua y la historias vascas, pues Sabino Arana no era euskaldún de nacimiento; esto es, no tenía pajolera idea de hablar vascuence, que era una lengua de cabreros aislados en caseríos, en tanto que él había nacido en el corazón de la burguesía urbana de Bilbao.

Durante todo el año siguiente, el benjamín de los Arana se entrega febril a la tarea de convencerse de que es un hombre especial, es decir, un nacionalista. Y acaba persuadido, claro, porque no hay nada más fácil en el mundo que asentir cuando te dicen que eres mejor que los demás. Arana relata su conversión con el lenguaje mesiánico que le es propio, vinculando su descubrimiento a aquel Domingo de Resurrección de un año atrás, cuando se produjo la discusión iniciática con su hermano:

"Disipáronse en mi inteligencia todas las sombras con la que oscurecía el desconocimiento de mi Patria, y levantando el corazón hacia Dios, de Vizcaya eterno Señor, ofrecí todo cuanto soy y tengo en apoyo de la restauración patria".

De modo que ya tenemos vestido al mesías del nacionalismo vasco, que salió de la podrida condición española donde yacía el mismo día que Jesús salió en cuerpo glorioso del sepulcro. Ha descubierto que no es español sino vizcaíno. Ni siquiera reconoce a Guipúzcoa y Álava. Es vizcaíno y nada más.

Aunque él ya estaba satisfecho con acariciarse la punta de la identidad recién desenvainada, por satisfacer a la amatxo -el aita acababa de morir- marchó a Barcelona a matricularse en Filosofía y Letras y en Derecho. No terminó ninguna de las dos. De la primera aprobó, oh paradoja, Historia de España, Literatura Española y Metafísica. De Derecho no aprobó ni una asignatura. Y no nos extraña, porque a un nacionalista le importa el respeto a la ley positiva lo mismo que a un actor porno el respeto a la castidad. Con un expediente académico más hueco que una escultura de Chillida, el muchacho dejó Barcelona y volvió al terruño.

Tampoco en Bilbao lograría un solo voto del tribunal que calificó su ejercicio de oposiciones a la cátedra de euskera. Unamuno obtuvo tres y Resurrección María de Azcue, el cura que montó la Real Academia de la Lengua Vasca, se alzó con el sillón por once votos.

Arana empieza entonces a fomentar una temeraria rivalidad con Unamuno a cuenta de la ortografía euskérica, y se vuelca en el articulismo como instrumento para difundir su buena nueva política: somos vascos y solo vascos, nunca hemos sido otra cosa y debemos autodeterminarnos a la mayor brevedad posible.

A lo largo de los próximos años, según recorría le veintena, Sabino Arana desarrollará las cuatro ideas escuetas pero duras como el pedernal que vertebran su aldeana ideología: raza, religión, fueros y lengua. Dándose cuenta de que también los carlistas defendían la religión católica a ultranza y el régimen foral, y reconociendo que el euskera era demasiado minoritario como para movilizar al pueblo vasco contra el resto de los españoles, escoge la raza como eje de su discurso o su delirio.

A la vieja tradición de la pureza de sangre como fundamento sociológico de los fueros, añade nuestro orate la xenofobia de nuevo cuño que reaccionaba a la llegada de mano de obra castellana o andaluza que la rápida industrialización del País Vasco demandaba. Mineros, obreros, proletarios venidos de toda España en busca de jornal eran vistos como una amenaza por los trabajadores autóctonos: nada nuevo bajo el sol desde Caín.

Arana atizó aquel odio latente con astucia para asegurar la popularidad de su programa. Pero no se ciñe al argumento de la competencia salarial: eso habría resultado en exceso refinado para sus entendederas. Él afirma que los maketos, sencillamente, son inferiores. Su físico es menos apto para el trabajo. El cuerpo del español es abyecto y por tanto también su alma, en tanto que el vizcaíno es puro por dentro y por fuera. "El roce de nuestro pueblo con el español causa inmediata y necesariamente en nuestra raza ignorancia y extravío de inteligencia, debilidad y corrupción de corazón", proclama. La mezcla de ambas razas es una aberración que clama al cielo y él, su profeta, ha venido a este mundo para abroncar a sus paisanos como Moisés a los idólatras del becerro de oro:

"Vuestra raza, singular por sus bellas cualidades, pero más singular aún por no tener ningún punto de contacto o fraternidad ni con la raza española, ni con la francesa, que son sus vecinas, ni con raza alguna del mundo, era la que constituía a vuestra Patria Bizkaya; y vosotros, sin pizca de dignidad y sin respeto a vuestros padres, habéis mezclado vuestra sangre con la española o maketa, os habéis hermanado y confundido con la raza más vil y despreciable de Europa, y estáis procurando que esta raza envilecida sustituya a la vuestra en el territorio de vuestra Patria".

Es el suyo un darwinismo de garrafón, racismo a la vasca, a lo mecagoendiez. Habla de la "sangre negra liberal" de la pérfida España y de las "orejas cortas" de los maketos. Carga contra el baile agarrao con el que pecan los españoles en sus verbenas, como un ayatolá condena hoy el bikini. Denuncia su mestizaje judío (porque además de todo fue un furioso antisemita). A medio camino entre el infantilismo sonrojante y la anticipación nazi, redacta unas Cartas a un maketo que tiene cara de feto. Estipula que el amor a Vizcaya se mide por el odio a España, la opresora, la degenerada. Y se ceba especialmente con los traidores internos, propugnando la expulsión del mal vasco o elemento invasor alineado con los maketos. "Si algún español se ahoga y pide socorro, contéstale: Niz eztakit erderaz ("No sé castellano")". Este es el tipo cuya efigie preside hoy los jardines públicos vascos.

"Uno de tus deberes principales es el de estar sumisa a mis mandatos y obedecerme en todo lo que no vaya contra Dios", le escribe a la que iba a ser su futura mujer”

Arana imprime desde el origen al nacionalismo vasco un sello teocrático y violento, un ramalazo Daesh que ETA atendió solícita y del que otras ramificaciones del vasquismo se desmarcaron con democrático honor. El fundador del PNV se decía retóricamente partidario de la separación entre trono y altar, pero sentenció que Dios mismo había hecho excepcionales a los vascos, y que en cumplimiento de su voluntad era preciso que estos hicieran valer su condición de pueblo elegido y sacudirse el yugo español por la fuerza, si no había otro remedio. El aranismo retoma la legitimación de la violencia como arma política que ya había formulado el carlismo y que durante medio siglo destrozará las vidas de las víctimas de ETA.

Porque urge recordarlo y no olvidarlo jamás: detrás del gatillo del terrorista siempre está el permiso del ideólogo. Ciertas ideas matan, y las de Arana han matado a un millar de españoles. Cabrá siempre la duda de si se hubiera arrepentido a la vista del Hipercor reventado en Barcelona o de la nuca perforada de Miguel Ángel Blanco; pero escribió lo que escribió, es responsable de cada fatwa firmada con su nombre y las palabras nunca son inocentes. Siempre hay exaltados y débiles mentales dispuestos a llevarlas a la práctica. Por sus negros frutos se conoce al intelectual.

A todo esto, nuestro mesías ya frisa la treintena y comienza su vida pública como cualquier vasco: cenando opíparamente. Junta a diecisiete amigos en Larrazábal y a los postres les lee un juramento solemnísimo de lealtad a un proyecto que no es solo de futuro, sino también de pasado. No se trata solo de emancipar a la nación vasca de España -país del que los vascos siempre se consideraron vanguardia, como el lector comprueba por otros personajes de este libro-, sino de retrotraerla a los tiempos premodernos del bucolismo rural, amenazados de muerte por la industrialización. Se apropia del tópico universal de la edad dorada, de la Arcadia ideal aplicada a una patria vasca que se perdió y hay que recuperar... a poder ser sin pagar muchos impuestos y redistribuyendo lo justo al sur de Vitoria. Ya no le valen los fueros: hay que restaurar, con la boina bien calada y el cayado en la mano, la edad en que un caudillo feudal juraba las leyes de la comunidad bajo el árbol de Guernica. Por eso adopta el lema Jaungoikua eta Lagizarra, que significa "Dios y leyes viejas" y cuyo acrónimo (JEL) designa aún hoy a los miembros del PNV: los jeltzales. La mente poco científica de Sabino compra así la falacia de que la inclusión de los fueros en el marco constitucional español a partir de 1839, en lugar de un acuerdo razonable que ponía fin a una guerra civil, fue una capitulación humillante de la que Vizcaya debía resarcirse.

El fuerismo es de cobardes, se dice el vizcaíno: hay que pedir la independencia. A los fueristas potentados como Ramón de la Sota les acusa de fenicios, es decir, de poner una vela a Vizcaya y otra España, que aporta la clientela. Pero su jesuitismo interior terminará emergiendo para persuadirle de la necesidad de pactar con los industriales vascos si quiere llevar a buen puerto la fundación de su PNV. Como ludita primitivo odiaba el capitalismo que transformaba el paisaje de su verde Euskadi, pero dependía de los recursos de los empresarios para que su criatura política subsistiera, y estos no aflojaban la pasta para financiar sabotajes al orden establecido que a ellos les garantizaba negocio y a todos prosperidad. Es la llamada evolución españolista, puramente táctica, de la que hablaremos luego.

Un político no es nadie si no dispone de un medio de comunicación. Sabino funda la revista Bizkaitarra, que se puede considerar la primera publicación de las infinitas que irá apadrinando el nacionalismo vasco hasta hoy. Las ideas subversivas que desde allí propagaba nuestro irreductible -porque a cerebro puede, pero a cojones no le iban a ganar- le costaron varios procesos, alguna multa y un arresto con pena de cárcel. No sería la única vez que pisaría la trena, pues ya se sabe que un indepe sin martirio es un fraude para la épica.

Sobre el diseño gráfico de la Union Jack británica, su hermano Luis pinta los colores rojo, verde y blanco y alumbra la ikurriña, que a su juicio solo debe representar a Vizcaya. Sabino ampliará esa representatividad a cualquier vasco de otra provincia menos afortunada que quiera sumarse a la movida. Y hasta hoy, que ya copa los sanfermines y cualquier día la ondean los cántabros y los murcianos para pedir su propio concierto económico.

La afección que redondea el cuadro clínico de don Sabino es un machismo tan bestial, tan resuelto y alegre, que sorprende que no proliferen desde Santurce a Bilbao los círculos de feminismo antiaranista. Consciente de que un buen vasco debe dar descendencia a la raza salvo si aspira a pastorear la grey del Señor, se pone a buscar novia con el mismo método con que un zoólogo estudia la trazabilidad biológica de una yegua alazana. Persigue a una vizcaína originaria, un ejemplar de pura cepa, y lo encuentra en Nicolasa Achica-Allende, una Aldonza Lorenzo extraída de la aldea de Busturia. Era pobre y analfabeta, y por las hechuras que revelan las fotografías tampoco parecía una candidata firme a Miss Euskadi, pero cumplía la premisa básica de un xenófobo machista: a fuerza de investigar en archivos parroquiales reconstruyó el árbol genealógico de Nicolasa y concluyó, enamorado, que poseía ciento veintiséis apellidos vascos. No ocho: 126.

El asunto no era una broma: sostenía que los apellidos equivalen al sello de la raza. Imaginamos su alborozo al certificar un hallazgo que para nosotros abre dimensiones desconocidas a la parodia. Quizá hasta se puso cachondo, pero su granítico machismo le aconsejó formar a la moza antes de cohabitar con ella. La preparó para ser su esposa internándola en un colegio de monjas carmelitas para que aprendiera a contar, a coser y a escribir en castellano, y supiera tratar como Dios manda con la conspicua familia Arana. "Uno de tus deberes principales es el de estar sumisa a mis mandatos y obedecerme en todo lo que no vaya contra Dios", le escribe.

Y a decir verdad en esa doctrina no se distanciaba demasiado de los usos amorosos de la época en el resto de España, y del mundo. Lo que ya dudamos es que cualquiera se atreviera a escribir, con el siglo XX a la vuelta de la esquina, que "la mujer es vana, superficial y egoísta", "inferior al hombre en cabeza y corazón" y depositaria de una condena de nacimiento de la que solo el matrimonio puede redimirla: "¿Qué sería de la mujer si el hombre no la amara? Bestia de carga, e instrumento de su bestial pasión: nada más". Don Sabino Arana Goiri, para servirlas. Al fin se casa con Nicolasa en febrero de 1900, a los 35 abriles.

Seis años antes los hermanos Arana han fundado el primer batzoki en el centro de Bilbao. Se vende como sociedad cultural, un lugar donde se concentra la cuadrilla antes de ir a misa a Begoña y cenar un buen marmitako. Pero en realidad es una sede política que Sabino conduce con mano de hierro: se dedica a purgar a los socios que no dan la medida de radicalidad esperada, carlistones despistados y gente por el estilo. Las denuncias se suceden y dan con los huesos del fundador en la cárcel. La autoridad acaba chapando el local por ser un "foco perenne de rebelión y un peligro para la nación", justo lo que pretendía ser. Poco después nombra el primer Consejo Regional de Vizcaya (Bizkai Buru Batzarra), el órgano decisorio del Partido Nacionalista Vasco. También esta sociedad le reportará denuncias y sanciones, sobre cuyo sacrificio iba pavimentando el prestigio del represaliado y la celebridad del reincidente.

Pero su paso más heroico por el talego nace del telegrama que envió a Theodore Roosevelt para felicitarle por la independencia de Cuba: "Roosevelt. Presidente Estados Unidos. Washington. Nombre Partido Nacionalista Vasco. Felicito por Independencia Cuba por Federación Nobilísima que presidís que supo liberarla esclavitud. Ejemplo magnanimidad y culto Justicia y Libertad dan vuestros poderosos Estados, desconocido Historia, e inimitable para potencias Europa, particularmente latinas. Si Europa imitara también nación vasca, su pueblo más antiguo, que más siglos gozó libertad rigiéndose Constitución que mereció elogios Estados Unidos, sería libre. - Arana Goiri" Impagable documento por el que fue encarcelado en 1902. Por primera vez don Sabino está tentado de tirar la toalla. Sus adversarios no dejan de atacarle y el Estado no le pasa ni una. Los fueristas no sueltan un duro si no modera sus posiciones. Así que lo hace. Emprende un giro táctico, consciente de que la independencia de momento es una utopía, y apuesta por la vía autonomista. Para muchos de sus discípulos menos sutiles -y ya es decir- significa una rendición que mancha su trayectoria de luchador.

Pero en realidad no estaba haciendo otra cosa que aplicar el pragmatismo del espíritu ignaciano: él quiere un PNV a imagen de la Compañía de Jesús, que sepa servirse de los recursos de los tibios mientras mantiene la cohesión en sus filas, el paso corto y la mirada larga. Por eso crea en 1902 la Liga de Vascos Españoles: un ejercicio de moderación formal para atraerse voluntades y forjar la hegemonía vasquista que permita el asalto final. La suya es una aceptación transitoria del marco legal español, postulando, eso sí, el grado de autonomía más radical posible dentro del Estado. Y en esas sigue hoy el PNV, tras su renuncia en los años sesenta al nacionalismo biológico aranista para convertirlo en un nacionalismo lingüístico, más presentable pero igualmente discriminatorio.

Arana Goiri fue absuelto de su delito telegramático y excarcelado. Eso le salvó de morir en prisión, pues padecía la enfermedad de Addison. Se exilió a Francia y regresó para morir un año después, no sin antes haber confiado el partido a Ángel de Zabala, quien retoma la vocación independentista original.

Todavía hoy los nacionalistas vascos rinden homenaje a su fundador tres veces al año: en los aniversarios de su nacimiento, de sumuerte y de la fundación del PNV. Y celebran el Aberri Eguna (Día de la Patria) cada domingo de pascua, en conmemoración deaquella delirante epifanía patriótica que experimentó el adolescente Sabino en conversación con su hermano Luis. Calles y venidas vascongadas llevan actualmente el nombre de este imán con txapela en lugar de turbante que no se cansó nunca de predicar la religión política de la violencia contra el diferente.

Lo más triste es que murió sin saber que era tan español como cualquiera. Y seguramente más.