Albert Rivera: "Nos equivocamos, yo el primero, al convertir la política en una pelea de guiñoles"

Publicado el: Dom, 27/09/2020 - 22:50 Por: drupaladmin
Abert Rivera

El político muerto, el hombre resucitado

Albert Rivera: "Nos equivocamos, yo el primero, al convertir la política en una pelea de guiñoles"

Por    JORGE BUSTOS
            @JorgeBustos1

El Mundo, Sábado, 26 septiembre 2020 - 22:43

Encuentro con el ex líder de Ciudadanos tras su último libro. "A los que me reprochan no haber pactado con Sánchez les digo que se equivocaron de persona para hacer de lazarillo de un ciego. Esperaban que yo arreglara a Sánchez, como si yo tuviera una varita mágica", dice

Albert Rivera es un político muerto pero un hombre resucitado. La muerte política le sienta singularmente bien. «Se le ha quitado el velo que tenía en la mirada», cuenta uno de sus colaboradores. Uno que soportó a su lado la minuciosa destrucción -otros dirán autodestrucción- del líder liberal. Rivera llevó a Ciudadanos al cielo en abril y al infierno en noviembre, previo paso por un purgatorio que ahora se atreve a confesar. Entrevistar hoy a Rivera es constatar no lo que la política hace con los hombres, sino lo que deja de hacerles cuando los libera. Crónica se encuentra con él en la Casa de América, por donde dicen que ronda el fantasma de una niña que seguramente también es abstencionista de Cs.

Todo español, especialmente los que jamás le votaron, tiene su propia teoría sobre las causas del hundimiento naranja.Pero es al autor de Un ciudadano libre (Espasa) a quien hay que preguntar cuándo se jodió Cs. Él aduce cuatro causas. Primera: el éxito de abril, con 4,3 millones de votos, le persuadió de rebelarse contra el destino de bisagra que tenía asignado. «Eso encendió una alarma en el establishment bipartidista».

Segunda: las elecciones de mayo truncan la expectativa creada del sorpasso al PP. «Nuestro voto autonómico y municipal no era tan fuerte como el nacional y no conseguimos superarles».

Tercera: no ser capaz de acreditar que Sánchez ya había elegido a Podemos y los separatistas. «Cuando subo a la tribuna y describo a la banda y su plan -que se está cumpliendo, y ojalá me hubiera equivocado-, tenía que haber puesto encima de la mesa un gobierno de concentración con PSOE, PP y Cs. ¿Iba a funcionar? No. Pero yo podría haber desenmascarado la estrategia de Sánchez de culpar a Cs de la repetición electoral, de tener que pactar con Podemos y de matar a Manolete. Me habría ido mejor». Llegó aquel verano y a la línea telefónica PSOE-Cs le salieron telarañas.

Y la cuarta causa del descalabro: una repetición electoral en un país polarizado siempre castiga al centro. «Mi única duda era cuánto palmaba, si mucho o poco. La campaña estaba planteada como un combate de boxeo y yo hice una exhibición de danza clásica, levanté la bandera blanca del acuerdo en septiembre, con Vox tensando la cuerda por la derecha y con Sánchez y Podemos tensándola por la izquierda retransmitiendo el show de Franco. La gente se fue al voto útil: el que no quería ni en pintura a Sánchez se fue al PP o a Vox -un millón y medio de los que me votaron en abril-, otro millón a la abstención y 200.000 a la izquierda. Le he dado muchas vueltas, seguro que hay más, pero estos creo que fueron mis errores estratégicos».

Ahora bien, quizá lo más interesante de ese testamento político que es Un ciudadano libre no es el análisis estratégico sino los retazos de vida íntima. En una época identitaria que ha acuñado el precepto de que lo personal es político, Rivera siempre se mostró como un líder aséptico, poco efusivo. De ahí que interese conocer su modesta crianza en la Barceloneta preolímpica -donde jugaban «entre jeringuillas y preservativos»-, las apreturas de una familia de comerciantes portuarios, la primera pérdida. «En el libro explico la historia de mi tío Miguel, que fue durísima para mi familia: una persona joven, buena, que con 28 años se suicida por caer en las drogas. Imagine lo que ha supuesto para mí y mi familia que rivales políticos intenten difamarme diciendo que yo consumo drogas. Eso es superar todos los límites. Ahora he ganado varios procedimientos pero fue mi madre la que me empujó a demandar».

LA ACUSACIÓN DE LAS DROGAS

Empezaron los nacionalistas, pronto se sumó Podemos. Rivera no quería demandar a Monedero, pero una noche llamó María Jesús, su madre: «Hijo, ¿has visto lo que dice el tipo este de ti?». Él quitó hierro. «Yo me ponía el chubasquero, me encerraba para protegerme. Pero mi madre insistió en que tenía que hacer algo. Y yo que no, mamá, que si me pongo a demandar no acabo. Y entonces ella se quedó callada al teléfono y después de un rato me dijo: "Mira, nunca te pido nada, sabes que estoy aquí siempre. Pero ahora voy a pedírtelo. Si no lo haces por ti, hazlo por tu hija y por mí, que estamos a tu lado aguantando mucho, y hay cosas que son inaguantables". Me quedé en shock y colgué. Al día siguiente llamé a mi abogado y pusimos la demanda. En política te lo comes todo y no te das cuenta de que están destrozando a tu familia».

Su tío favorito, Alberto, murió de sida. «Era gay en la Barcelona de los 80, cuando el tabú persistía. Hoy es una causa de todos, pero en aquel momento el sida y la homosexualidad eran una causa de muy pocos, eh». Para descifrar la personalidad de un político hay que acudir a sus orígenes, pero Rivera, hasta este libro, siempre los puso bajo llave. Modeló un partido aspiracional, que apelase al futuro deseable del emprenRAJOY, LA 'GÜRTEL'...

Albert Rivera podría haber sido muchas cosas que no ha sido. Por ejemplo, podría haber sido el vicepresidente más joven de la historia de España. Tenía 35 años cuando Rajoy le ofreció el puesto para sellar mejor el pacto de investidura y legislatura. «Rajoy era previsible. En este país ser previsible se ha convertido en un atributo positivo. Rajoy hizo lo normal: pidió apoyo a la oposición y le ofreció compartir gobierno. No lo acepté porque, si bien un empresario me dijo que éramos complementarios y que podía ser mi último tren, yo le contesté que era un tren que olía a pólvora. Estaba la Gürtel, Bárcenas, ahora la Kitchen... Podía explotar en cualquier momento. No me veía siendo desleal como está haciendo Iglesias, que va a su rollo. No me veía en la rueda de los viernes insistiendo una y otra vez en la presunción de inocencia. O era desleal al presidente o lo era a mí mismo».

A Cs llegó a votarlo gente tan distinta que resultó inevitable defraudar a unos cuando el partido se escoró hacia un lado y cabrear a los otros ahora que se mueve hacia el contrario. Del mismo modo que recibió un apoyo muy transversal, Rivera también puede presumir de cosechar odios transversales en el espacio -fue diana de todos los partidos- y duraderos en el tiempo. Es ya un clásico el patriótico lamento que sigue culpando a Rivera... de lo que está haciendo Sánchez. ¡Ay si Rivera hubiese formado el gobierno de los 180 escaños! Y en realidad no formulan un reproche sino una bella elegía o un piropo invertido: de Sánchez no esperaban nada, de Rivera mucho. «Sí, pero se equivocaron de persona para hacer de lazarillo. Yo no tenía intención de conducir a Sánchez en su ceguera. Mi intención era transformar este país enviando a Sánchez a la oposición. Porque le conocía perfectamente. Quizá descifré a Sánchez antes que otros y lo que iba a hacer, lo que ha ido haciendo. Yo sentía impotencia, advertía de sus intenciones, pero el establishment necesitaba otro relato. Esperaban que yo arreglara a Sánchez, como si yo tuviera una varita mágica. Sánchez es lo que es y yo no podía hacer de él quien no era». Y se le pone gesto de sacerdotisa troyana, Casandra advirtiendo de que meter ese caballo de madera en la ciudad no es una buena idea.

Con Rajoy tuvo duros enfrentamientos, pero su antisanchismo es legendario. ¿Dónde sitúa Rivera la diferencia moral entre Rajoy y Sánchez? «Sánchez tiene una virtud para llegar al poder y para sostenerse en él, aunque para mí no lo es: ser capaz de todo. Uno puede ser flexible, más o menos laxo, pero todos llegado el momento tenemos ciertos límites. Rajoy tenía un margen amplio, pero detectaba en él algunas normas claras, empezando por la cortesía personal. En Sánchez nunca los encontré. Le busqué límites pero no los tenía. Subía a la tribuna del Congreso y se ponía a contar nuestras conversaciones privadas, como le ha hecho a Casado. Así es imposible hacer política. De Rajoy era impensable algo así. Gracias a eso pudimos aprobar dos presupuestos o aplicar el 155 en Cataluña».

Rivera no acepta que se le diga que traicionó su lema fundacional -ni rojos ni azules- cuando vetó al PSOE, porque él distingue entre socialdemocracia y sanchismo. «Mi mejor resultado llegó con el no a Sánchez, porque mucha gente de centro y liberal no quería saber nada de él por sus alianzas con los separatistas -acordémonos del relator- o con Bildu en Navarra. Esa deriva no tenía nada que ver con la socialdemocracia constitucionalista. De ahí el veto. Yo no cavé la trinchera, lo hizo él».

Rivera afirma que se le está comprando toda la mercancía al sanchismo. No ve una alternativa intelectual ni comunicativa. «El 80% de los medios de este país le compran el lenguaje a Sánchez. Esa nueva normalidad, o la tregua política, que básicamente es que no haya oposición. Desde fuera yo aún alucino más. Para librar la batalla cultural lo primero que tienes que hacer es dejar de jugar en el terreno de juego del adversario».

LA OPOSICIÓN

¿Está Casado cayendo en eso? «He seguido el debate de lo que ha pasado con Cayetana. Algunos confunden firmeza en los valores con extremismo. Uno debe ser radical en la defensa de la separación de poderes, por ejemplo. Frente a la apisonadora del marco sanchista, la oposición debería alternar la construcción de un relato con la prioridad económica. ¿Acaso por la crisis que tenemos encima deja el populismo de librar la batalla cultural? ¿No ha dicho Iván Redondo que es su principal objetivo? ¿Por qué el centro y la derecha no van a librarla? ¡Pero si nos acaban de meter otra vez a Franco en el Parlamento!».

El capítulo quinto habla de liderazgo. Pero el que busque ahí autocrítica por su forma de ejercerlo no la encontrará. ¿Delegó lo suficiente? ¿Abrió el partido a la discrepancia? «Me niego a pensar que existe el hiperliderazgo: o hay liderazgo o no lo hay. Yo intenté un equilibrio entre liderazgo y equipo. Y creo que demostré cierto liderazgo para construir el proyecto lo mismo que para marcharme, porque sin responsabilidad en las derrotas tampoco hay liderazgo». Pero los medios hablaban del partido de Rivera, no del partido liberal... «Hombre, es que lo montamos entre Rivera y unos pocos. Pero la gente pudo ver caras nuevas, tenía una ejecutiva de 50 miembros que mantenía a gente que era crítica conmigo, cosa que no hacen otros. El problema es cuando el líder impone en vez de convencer, pero frente al populismo, que suele tener líderes carismáticos, necesitamos también liderazgos fuertes».

Rivera habla de presiones del establishment económico para que pactara con Sánchez, pero se muerde la lengua. Sólo insinúa. «Presiones hubo. Gente que come contigo, que te llama. Al principio parecían recomendaciones. Pero cuando empecé a ver la campaña trasladada a medios, tertulias, editoriales... ahí ya sospeché. Y tampoco me podían amenazar con la corrupción que no tengo. Yo era un ovni. Y vamos a hablar claro: muchos medios dependen de concesiones del BOE o son de empresas del Ibex. Ahora, tampoco voy a caer en lo que hizo Sánchez con Évole: atribuir a Telefónica su expulsión del PSOE. Yo me equivoqué, otros hicieron mejor su estrategia, no voy a decir que el Ibex me quitó de en medio».

Su relación con los medios tampoco fue romántica. Tenía fama de arriscado. En el libro reconoce que no se le daban bien. «Detecté que a algunos directivos de medios les habría gustado que los llamara semanalmente para consultarles. Pero tampoco se me ocurre llamar para influir en un enfoque o un editorial o pedir que echen a un periodista, como sí han hecho otros. Contaré un pecado pero no el pecador: un director de medio empezó a darme caña en la tele y se hacía eco de bulos contra mí en tertulias. Mi jefe de prensa lo llamó y le preguntó por qué. Y le dijo: "Es que llevo mucho tiempo pidiéndole una entrevista y no me la da". ¡Hubo tertulianos que me atribuían problemas psiquiátricos por no apoyar a Sánchez! ¡Sería al revés! Decidí que no quería estar todo el día expuesto, rindiendo pleitesía a ese ring político-mediático. ¿Me equivoqué en no defenderme? Puede ser. Pero ¿habría cambiado algo?».

SIN "PASTA" DE PRESIDENTE

Entonces Rivera se queda callado, medita unos instantes y lo suelta: «He llegado a la conclusión de que para ser presidente hay que estar hecho de una pasta que no es la mía. Seguramente yo no tenía esos atributos para llegar al poder».

Del Cs de Arrimadas no habla salvo para desearle acierto. «Me fui del todo para liberar a Cs de las luces y sombras de mi mandato. Me llevo bien con los que están dentro y con los que se han ido, y a ella le deseo lo mejor. Pero sería muy injusto que yo, que nunca admití tutelas, ejerciera de pepito grillo de Inés. Lo que sí tengo es una experiencia política que está en el libro y puede ser de utilidad. Lo único que le diría a cualquiera que pacte con Sánchez es que vaya con cuidado. Porque le conozco».

Jura que la puerta de regreso a la política está candada y la llave, en el fondo del mar. «Para mí la política es pasado. Por eso escribí este libro: para documentar una etapa cerrada. Además, no me apetece ser parte de esta política deteriorada del ruido y las trincheras. Entre todos -yo el primero- hemos convertido equivocadamente la política en entretenimiento, una pelea de guiñoles. La gente sale joven de la política, nadie con talento quiere entrar. Se fueron Sáenz de Santamaría, Edu Madina, Borja Sémper... La política española se está descapitalizando hacia el sector privado mientras que en la Transición fue al revés. Hay pocos incentivos para meterse ahí. El tuit, la alcachofa, la reacción... nos hemos equivocado. Hay que frenar. La política necesita sosiego. Y todos hemos contribuido a eso y debemos reflexionar».

Un votante le preguntó si volvería como el conde de Montecristo para vengarse de Sánchez. Rivera le contestó que se dejara de romanticismos. Que Sánchez no merece que le dedique más tiempo. Y que la verdadera venganza es su resurrección civil.dedor más que al pasado legitimista de la conciencia de clase. Y sin embargo nada explica mejor las aspiraciones de Rivera que su extracción escasamente aspiracional. «Me crié en la trastienda de un tienda, hacía los deberes y merendaba allí y a las nueve ayudaba a mis padres a hacer la caja y echar el cierre. El hijo de un autónomo vive así. Mi abuelo era emigrante, se iba a currar de electricista o de paleta a Alemania, Suiza, Francia, y enviaba remesas a mi familia, como muchos españoles de los 60. Luego tienes que escuchar que si el Ibex, que si los bancos, que si los pijos...».

El libro está escrito con la serena distancia del outsider, pero lo atraviesa una sensación de cansancio. Hay momentos en los que el lector concluye que Rivera, en el fondo, deseaba perder. Que todo acabara. «Hay algo de eso. Me dejé todo en abril. Hicimos muy buena campaña, remontamos las encuestas, sacamos un resultado histórico. Fue como una etapa ciclista, cuando llegas arriba, cruzas la meta, dejas la bici y te caes. No podía más. Pero lo que para mí era la meta, para Sánchez era la ocasión de orquestar otra vuelta electoral».

Fue su error más obvio. La clásica victoria del deseo sobre la realidad. «Yo no sé si no lo vi o si no lo quise ver venir. Quería que echase a andar ya la legislatura para madurar la alternativa desde la oposición, y eso me cegó. Tampoco en el PP vi mucho aspaviento por repetir elecciones: todo el mundo ganaba menos nosotros. En septiembre me di cuenta de la envolvente tremenda que nos habían hecho». Una ceguera impropia de un aspirante a presidente. Quizá porque, como explicará, no estaba hecho de la pasta de los presidentes. Si al ritmo caníbal de la política espectáculo se le añaden una campaña de acoso personal y un puñado de paparazzi en casa persiguiendo la foto de un paseo con Malú... «Todo eso lo sumas y sacas mi estado de ánimo. Yo habría deseado gobernar, ver los valores liberales al frente del país. No pudo ser. Hay gente a la que se le acaba la política y se le acaba todo. A mí, al contrario. Se ha acabado eso y he respirado. He recuperado la felicidad».

Quién duda de que la felicidad es un objetivo legítimo. Pero a quién se le ocurre meterse en política si le importa la felicidad. «Yo he disfrutado muchísimo. Me divertía poder levantarle la voz al nacionalismo en el Parlament. Hombre, cuando me amenazaban de muerte no, pero la felicidad solo la perdí en la última etapa. Ahora la vida me devuelve lo que la política me quitó».

Se estrelló un domingo, dimitió el lunes: hay consenso en torno a que su dimisión fue ejemplar en un país sin dimisiones. Entonces le llamó Agustín, su padre, que no ha perdido el instinto comercial: «Bueno, hijo, pero tú esto lo tendrías pensado, tendrás algo previsto...». Él respondió: «No tengo nada. Me voy porque había que irse. Ya me buscaré la vida». Ahora se gana bien la vida al frente de Martínez-Echevarría & Rivera Abogados.

RAJOY, LA 'GÜRTEL'...

Albert Rivera podría haber sido muchas cosas que no ha sido. Por ejemplo, podría haber sido el vicepresidente más joven de la historia de España. Tenía 35 años cuando Rajoy le ofreció el puesto para sellar mejor el pacto de investidura y legislatura. «Rajoy era previsible. En este país ser previsible se ha convertido en un atributo positivo. Rajoy hizo lo normal: pidió apoyo a la oposición y le ofreció compartir gobierno. No lo acepté porque, si bien un empresario me dijo que éramos complementarios y que podía ser mi último tren, yo le contesté que era un tren que olía a pólvora. Estaba la Gürtel, Bárcenas, ahora la Kitchen... Podía explotar en cualquier momento. No me veía siendo desleal como está haciendo Iglesias, que va a su rollo. No me veía en la rueda de los viernes insistiendo una y otra vez en la presunción de inocencia. O era desleal al presidente o lo era a mí mismo».

A Cs llegó a votarlo gente tan distinta que resultó inevitable defraudar a unos cuando el partido se escoró hacia un lado y cabrear a los otros ahora que se mueve hacia el contrario. Del mismo modo que recibió un apoyo muy transversal, Rivera también puede presumir de cosechar odios transversales en el espacio -fue diana de todos los partidos- y duraderos en el tiempo. Es ya un clásico el patriótico lamento que sigue culpando a Rivera... de lo que está haciendo Sánchez. ¡Ay si Rivera hubiese formado el gobierno de los 180 escaños! Y en realidad no formulan un reproche sino una bella elegía o un piropo invertido: de Sánchez no esperaban nada, de Rivera mucho. «Sí, pero se equivocaron de persona para hacer de lazarillo. Yo no tenía intención de conducir a Sánchez en su ceguera. Mi intención era transformar este país enviando a Sánchez a la oposición. Porque le conocía perfectamente. Quizá descifré a Sánchez antes que otros y lo que iba a hacer, lo que ha ido haciendo. Yo sentía impotencia, advertía de sus intenciones, pero el establishment necesitaba otro relato. Esperaban que yo arreglara a Sánchez, como si yo tuviera una varita mágica. Sánchez es lo que es y yo no podía hacer de él quien no era». Y se le pone gesto de sacerdotisa troyana, Casandra advirtiendo de que meter ese caballo de madera en la ciudad no es una buena idea.

Con Rajoy tuvo duros enfrentamientos, pero su antisanchismo es legendario. ¿Dónde sitúa Rivera la diferencia moral entre Rajoy y Sánchez? «Sánchez tiene una virtud para llegar al poder y para sostenerse en él, aunque para mí no lo es: ser capaz de todo. Uno puede ser flexible, más o menos laxo, pero todos llegado el momento tenemos ciertos límites. Rajoy tenía un margen amplio, pero detectaba en él algunas normas claras, empezando por la cortesía personal. En Sánchez nunca los encontré. Le busqué límites pero no los tenía. Subía a la tribuna del Congreso y se ponía a contar nuestras conversaciones privadas, como le ha hecho a Casado. Así es imposible hacer política. De Rajoy era impensable algo así. Gracias a eso pudimos aprobar dos presupuestos o aplicar el 155 en Cataluña».

Rivera no acepta que se le diga que traicionó su lema fundacional -ni rojos ni azules- cuando vetó al PSOE, porque él distingue entre socialdemocracia y sanchismo. «Mi mejor resultado llegó con el no a Sánchez, porque mucha gente de centro y liberal no quería saber nada de él por sus alianzas con los separatistas -acordémonos del relator- o con Bildu en Navarra. Esa deriva no tenía nada que ver con la socialdemocracia constitucionalista. De ahí el veto. Yo no cavé la trinchera, lo hizo él».

Rivera afirma que se le está comprando toda la mercancía al sanchismo. No ve una alternativa intelectual ni comunicativa. «El 80% de los medios de este país le compran el lenguaje a Sánchez. Esa nueva normalidad, o la tregua política, que básicamente es que no haya oposición. Desde fuera yo aún alucino más. Para librar la batalla cultural lo primero que tienes que hacer es dejar de jugar en el terreno de juego del adversario».

LA OPOSICIÓN

¿Está Casado cayendo en eso? «He seguido el debate de lo que ha pasado con Cayetana. Algunos confunden firmeza en los valores con extremismo. Uno debe ser radical en la defensa de la separación de poderes, por ejemplo. Frente a la apisonadora del marco sanchista, la oposición debería alternar la construcción de un relato con la prioridad económica. ¿Acaso por la crisis que tenemos encima deja el populismo de librar la batalla cultural? ¿No ha dicho Iván Redondo que es su principal objetivo? ¿Por qué el centro y la derecha no van a librarla? ¡Pero si nos acaban de meter otra vez a Franco en el Parlamento!».

El capítulo quinto habla de liderazgo. Pero el que busque ahí autocrítica por su forma de ejercerlo no la encontrará. ¿Delegó lo suficiente? ¿Abrió el partido a la discrepancia? «Me niego a pensar que existe el hiperliderazgo: o hay liderazgo o no lo hay. Yo intenté un equilibrio entre liderazgo y equipo. Y creo que demostré cierto liderazgo para construir el proyecto lo mismo que para marcharme, porque sin responsabilidad en las derrotas tampoco hay liderazgo». Pero los medios hablaban del partido de Rivera, no del partido liberal... «Hombre, es que lo montamos entre Rivera y unos pocos. Pero la gente pudo ver caras nuevas, tenía una ejecutiva de 50 miembros que mantenía a gente que era crítica conmigo, cosa que no hacen otros. El problema es cuando el líder impone en vez de convencer, pero frente al populismo, que suele tener líderes carismáticos, necesitamos también liderazgos fuertes».

Rivera habla de presiones del establishment económico para que paSIN "PASTA" DE PRESIDENTEctara con Sánchez, pero se muerde la lengua. Sólo insinúa. «Presiones hubo. Gente que come contigo, que te llama. Al principio parecían recomendaciones. Pero cuando empecé a ver la campaña trasladada a medios, tertulias, editoriales... ahí ya sospeché. Y tampoco me podían amenazar con la corrupción que no tengo. Yo era un ovni. Y vamos a hablar claro: muchos medios dependen de concesiones del BOE o son de empresas del Ibex. Ahora, tampoco voy a caer en lo que hizo Sánchez con Évole: atribuir a Telefónica su expulsión del PSOE. Yo me equivoqué, otros hicieron mejor su estrategia, no voy a decir que el Ibex me quitó de en medio».

Su relación con los medios tampoco fue romántica. Tenía fama de arriscado. En el libro reconoce que no se le daban bien. «Detecté que a algunos directivos de medios les habría gustado que los llamara semanalmente para consultarles. Pero tampoco se me ocurre llamar para influir en un enfoque o un editorial o pedir que echen a un periodista, como sí han hecho otros. Contaré un pecado pero no el pecador: un director de medio empezó a darme caña en la tele y se hacía eco de bulos contra mí en tertulias. Mi jefe de prensa lo llamó y le preguntó por qué. Y le dijo: "Es que llevo mucho tiempo pidiéndole una entrevista y no me la da". ¡Hubo tertulianos que me atribuían problemas psiquiátricos por no apoyar a Sánchez! ¡Sería al revés! Decidí que no quería estar todo el día expuesto, rindiendo pleitesía a ese ring político-mediático. ¿Me equivoqué en no defenderme? Puede ser. Pero ¿habría cambiado algo?».

SIN "PASTA" DE PRESIDENTE

Entonces Rivera se queda callado, medita unos instantes y lo suelta: «He llegado a la conclusión de que para ser presidente hay que estar hecho de una pasta que no es la mía. Seguramente yo no tenía esos atributos para llegar al poder».

Del Cs de Arrimadas no habla salvo para desearle acierto. «Me fui del todo para liberar a Cs de las luces y sombras de mi mandato. Me llevo bien con los que están dentro y con los que se han ido, y a ella le deseo lo mejor. Pero sería muy injusto que yo, que nunca admití tutelas, ejerciera de pepito grillo de Inés. Lo que sí tengo es una experiencia política que está en el libro y puede ser de utilidad. Lo único que le diría a cualquiera que pacte con Sánchez es que vaya con cuidado. Porque le conozco».

Jura que la puerta de regreso a la política está candada y la llave, en el fondo del mar. «Para mí la política es pasado. Por eso escribí este libro: para documentar una etapa cerrada. Además, no me apetece ser parte de esta política deteriorada del ruido y las trincheras. Entre todos -yo el primero- hemos convertido equivocadamente la política en entretenimiento, una pelea de guiñoles. La gente sale joven de la política, nadie con talento quiere entrar. Se fueron Sáenz de Santamaría, Edu Madina, Borja Sémper... La política española se está descapitalizando hacia el sector privado mientras que en la Transición fue al revés. Hay pocos incentivos para meterse ahí. El tuit, la alcachofa, la reacción... nos hemos equivocado. Hay que frenar. La política necesita sosiego. Y todos hemos contribuido a eso y debemos reflexionar».

Un votante le preguntó si volvería como el conde de Montecristo para vengarse de Sánchez. Rivera le contestó que se dejara de romanticismos. Que Sánchez no merece que le dedique más tiempo. Y que la verdadera venganza es su resurrección civil.