Reflexión

Me hago eco de un artículo publicado en el Batiburrillo.com en el que se hace referencia a una carta que por su interés reproducimos también en este portal, con todo el respeto que se merece:

Madrid a veintitrés de Septiembre de dos mil ocho
Excmo. Sr. Magistrado-Juez de la Audiencia Nacional, Don Baltasar Garzón

Muy Sr. Mío y respetado magistrado:
Me llamo J.J.M.G. y soy hijo póstumo del que fuera Juez de Primera Instancia e Instrucción de Villaviciosa de Asturias, D. J. M. de la C. Ganó la oposición con el nº 1 en 1.934 y ese fue su segundo destino. Fue asesinado el 31 de Octubre de 1.936.

Esto va ser difícil. Muy difícil.

Se me está obligando por presiones externas a recordar sucesos ya dormidos. No olvidados, no. Dormidos. Serenamente dormidos y sosegados.

La decisión de abrir determinadas tumbas y fosas, está en los medios, en la prensa, en la radio y en la televisión. Y todo promovido por un compañero de mi difunto padre.

El Juez Salvio D., decía que para tener razón se necesitaban un mínimo de tres circunstancias: 1º.- Tenerla, 2º.- Saberla pedir, 3º.- Que te la quieran dar. Veremos a ver si cumplo con la segunda.

Al Juez M. de la C. le asesinaron, por ejercer su obligación profesional, el día 31 de Octubre de 1.936. Fueron algunos miembros del llamado Frente Popular según se dictaminó en Juicio posterior. No se encontró a ninguno de los asesinos, pero tampoco a mi padre.

Y tranquilamente he estado durante años, sin rencores y sin ansias. Y así debería seguir. Sin odios. Sin militancias extremas. Sereno.

Quince días antes de los hechos, mi padre fue detenido por milicianos mientras pasaba el fin de semana junto a mi madre en Comillas (Cantabria). Parece ser que la semana anterior había incoado causas sobre unos asesinatos que tuvieron lugar en su jurisdicción. Quince días después fue fusilado y con una piedra al cuello arrojado al mar. Mi madre estaba embarazada y fue desterrada a 200 Km. del lugar del asesinato. Se refugió en Santander en casa de unos amigos. Él estaba destinado como ingeniero naval en el puerto de Santander. El 18 de Febrero de 1.937, tres meses y medio después, nací yo en el Sanatorio de La Alfonsina, en El Sardinero. Fue en la clandestinidad, pues mi madre estaba escondida tras su destierro.

El hecho de estar un bebé en un piso donde se supone que no había ninguno, estaba poniendo en apuros a los amigos que nos cobijaban, así que madre e hijo lactante embarcaron en un barco de refugiados, se supone que con destino a la URSS. Al hacer escala en el puerto francés de Nantes, mi madre que hablaba muy bien francés bajó sin maleta, ni enseres y se hizo pasar por nacional del País vecino. Pudo llegar a Burdeos y, al parecer, el cónsul español facilitó su regreso a España, concretamente a Valladolid que era donde residían mis abuelos maternos ignorantes del drama vivido por su hija.

Le aseguro, Sr. Magistrado, que la vida de mi madre y la mía no fue fácil. Pero también le digo que nunca jamás fui educado ni en el odio, ni en la animadversión. Hasta los 18 años solo sabía que a mi padre le habían matado los «Rojos». Como a otros los «Nacionales». No se habló nunca de asesinato, ni de los viles y dramáticos momentos vividos por mi madre. Así que crecí en Madrid, donde mi madre trabajaba, con las necesidades que se podían vivir en las grandes ciudades. Creo que fue a partir de los 13 ó 14 años cuando descubrí que en el Tribunal Supremo, entrando por la Plaza de las Salesas, y en el primer piso subiendo por la gran escalinata, había unas letras doradas de molde con los miembros de las carreras de la Administración de Justicia que habían sido asesinados. Allí iba casi todos los meses. Ese era el único lugar que tenía para ver, llorar y rezar a mi padre. Y era un adolescente. Posteriormente con la llegada de la democracia quitaron los nombres y me dejaron sin nada. Pero el odio siguió sin anidar en mí. Debí de considerarlo una aportación al nuevo sistema. A veces he tenido ganas de dirigirme al Presidente del T. Supremo reclamando unos derechos adquiridos, pero me he contenido. Ahora es distinto.

Pienso que su orden de abrir procesos y procedimientos es levantar fantasmas dormidos. Me va hacer ver a quienes no piensan políticamente como yo, como enemigos y hasta ahora solo eran oponentes. Es muy difícil controlar el odio y la animadversión. Se necesita tiempo, mucho tiempo. Pero lo malo es que renace rápidamente. Toda esta situación es un problema de índole moral, anímica. No jurídica. Y no estoy seguro de que usted sea el más idóneo para tratar asuntos del alma. Recapacite, porque me está haciendo daño y por lo tanto, también le puede ocurrir a otros con casos parecidos al mío.

Por necesidades de mi profesión me he visto obligado a saludar a políticos en cuyos partidos militaban los asesinos de mi padre. Le aseguro que no fue fácil, pero la democracia que nos dimos al votar la Constitución me obligaba a ello; el vivir todos en paz y sin rencores; el caminar todos juntos buscando el bien común de una nueva sociedad, merecía la pena. Y ahora, de nuevo, DE NUEVO, se pueden empezar a remover ocultos fantasmas. Fomentar odios. Abrir viejas y cerradas heridas.

¿Cómo encuentro a mi padre en medio del Mar Cantábrico, Sr. Garzón?, ¿Cómo le encuentro? Después de la Guerra Civil, se buscaron sus restos infructuosamente en la fosa del Mar Cantábrico donde fue arrojado y ahora vaciarlo no parece lógico, por lo que la solución por usted propugnada no parece equitativa.

Maduré muy pronto. Nunca me quejé, ni pedí trato o consideración especial. Los sufrimiento de mi madre y míos durante niñez, pubertad y juventud conforman mi acervo. La profesión que escogí la gané por oposición sin tener ninguna ventaja. Ni entre mis compañeros lo comenté. Muchos de mis amigos no conocen muchas de las vicisitudes vividas por mí, ni las dificultades para sobrevivir dignamente. Y ni lo he dicho, ni lo aireo. Pero esto es diferente.

Cuando acabé el bachillerato, mi abuelo paterno me consideró lo suficientemente maduro como para entregarme unos documentos con la historia de mi padre. Conocí así todos los pormenores de su asesinato. Creo que tenía 18 años. Ese verano de 1.955 me fui en auto-stop a Francia intentando encontrar a los asesinos de mi padre. Nunca pensé para qué. Pero no podía permanecer inactivo. En el Suroeste francés medité y debí llegar a la conclusión de que en una guerra fraticida siempre mueren inocentes. Y continué mi camino a Inglaterra en la idea de aprender inglés sin coste para mi madre. Hacía poco que se habían abierto las fronteras que durante años estuvieron cerradas. En los «Albergues de la Juventud» me miraban como a un bicho raro. Pero jamás alardeé de situación alguna. Todo me lo gané a pulso. Como muchos otros. Nada debo y nada me deben, pero no me saque usted de quicio, ni revuelva el pasado. ¿Qué quiere? ¿Qué malmeta a mis hijos y a mis nietos? NO PUEDE VOLVER A HABER DOS ESPAÑAS. NO LO PROMUEVA, POR FAVOR.

Me hice mayor de repente. Ingresé sin Plaza de Gracia y por oposición en la Academia General del Aire en 1.958 y fui aviador profesional. Solo los íntimos sabían algo más de mi historia. Los sacrificios de mi madre para hacer frente a los gastos fueron ímprobos. Pero lo hizo. Y permitió que su único hijo estuviera en una profesión de riesgo. Habían sido muchos los miedos y temores superados, como para asustarse. Y no fue a ningún periódico ni a radio alguna, a rogar o pedir algo.

Once años después pedí la excedencia de la carrera militar (en el año 1.969), para ejercer como piloto civil en Líneas Aéreas. Pero mi corazón está en esa Institución. En esa ignorada y nunca suficientemente apreciada Institución. Donde todos son iguales sin distinción de credo, raza o procedencia. Y desde siempre.

Usted no se puede imaginar la formación humana que hay que llegar a tener para aceptar con estoicismo, que un pariente cercano llegara a obtener el sueldo de coronel, debido a que acabó la guerra como Teniente del Ejército Republicano y le pagaran 40 años de atrasos. A mi madre, viuda también de un funcionario, pero asesinado, nunca le fueron subiendo la pensión de viudedad como se pudiera suponer que hubiera ido ascendiendo mi padre. A mi pariente que por fortuna estaba vivo, sí se le reconocieron ascensos; a mi padre que estaba muerto, nunca. Todo lo extra que pude conseguir para mi madre fue en los Tribunales de Justicia, pero a veces tuve incluso que recurrir.

Y he vivido feliz y contento y he intentado ser un buen profesional, tanto en el ámbito civil como en el militar. Y un buen compañero. E incluso moderador de excesos políticos.

Pero no me remueva usted ahora 60 años de mi vida, que estoy contento con ella y no quiero recordar y llorar y odiar; y maldecir.

Deje a los muertos tranquilos. No remueva usted el peral que las peras pueden estar podridas. Podridas de odio y venganza.

Nunca a ninguno de mis tres hijos les inculqué ningún tipo de odio.
Se han criado libres. Escogen su opción política libremente. Nunca he hecho leña del árbol caído. Saben de refilón, la historia de su abuelo pero quizás descubran ahora algún dato al leer estas líneas.

Estoy a su disposición para ampliarle todo lo que quiera. Para enterarle de lo difícil que es pasar dos postguerras (la II G. Mundial también cuenta), cuando no hay un hombre en la familia y se vive en el segundo y tercer tercio del siglo XX. Cuando la lucha por la supervivencia pudo ser el factor principal de todos y cada uno de los meses del año. ¿O es que cree usted que la mitad de los españoles, durante la época del franquismo estaban enchufados y viviendo del Régimen? Todos luchamos lo nuestro en la paz.

No estropee esos años. Por y para crear una nueva España, hemos vivido sin rencores y sin odios. Intentando romper los moldes preestablecidos en que se supone que uno debía desenvolverse y siempre intentando conseguir lo mejor.

Quizás tuviera usted razón muchos años atrás, pero cuando los españoles nos dimos (sin imposiciones. Nos dimos) una nueva forma de vivir en el futuro, ya no. Usted no puede romper esa armonía que nació entonces. No debe de hacerlo. Aunque no nadie soy para ello, le ruego que recapacite.

Estamos sufriendo los españoles unos momentos desconocidos de violencia verbal entre los partidos políticos, que están empeñados en volvernos a dividir otra vez en dos Españas. Es un «machaca» continuado y la ciudadanía de una y otra opción política, está picando el anzuelo de la irritación, del desasosiego, de la crispación. Todo el mundo cabreado. Pero usted es un profesional que quiere estar alejado de la arena política. Que debe comprender cuál es el momento adecuado para las cuestiones extraordinarias.

Le llamo a lo cordura Sr. Garzón. Es usted un magnífico profesional de la Administración de Justicia. Es listo y sagaz y así lo ha demostrado en múltiples ocasiones. Use su calma y su razón, por favor. Se lo pide el hijo póstumo de un antiguo compañero de carrera.

Atentamente le saluda y espera su reflexión,
J. J.M.G., DNI xxxxxxxxx
Calle xxxxxxxx, MADRID 28xxx