'La velada'. Hoy como ayer

Publicado el: Vie, 30/07/2021 - 11:09 Por: drupaladmin
Azaña

Se reproduce por su interés el artículo de OPINION citado.
Editorial del diario El Mundo, Viernes, 30 julio 2021 - 01:11
Opinión por ANDRÉS TRAPIELLO
De la impostura al triunfalismo.

Con esta Ley de Memoria Democrática, a Azaña se le multaría por decir algunas de las cosas que dijo.

 

Decía el doctor Marañón que «las guerras civiles duran cien años". El doctor Sánchez y el licenciado Bolaños han debido de pensar: "Démonos prisa, sólo nos quedan 15".

Han coincidido en el tiempo la aprobación de la Ley de Memoria Democrática y la edición de tres obras literarias de Azaña en la editorial Renacimiento de Abelardo Linares. Los libros que este ha editado han hecho más por la memoria histórica de España que Zapatero, Sánchez y Bolaños juntos, y a él le debo yo ahora unos artículos de Largo Caballero, exhumados (tan podridos están) de la revista Hoy, publicada en 1938.

"¿Soy anarquista, como dicen por ahí?", se pregunta en uno de ellos; "No me deshonraría serlo. Lo que representaría un deshonor para mí es que, tras haber sido socialista marxista, me convirtiese en católico o se supiera que había ingresado en un partido republicano burgués". Esto es exactamente lo que viene siendo, en plena Guerra Civil, un bonito delito de incitación al odio. Durante su presidencia del Gobierno (1936-1937) y a manos de los anarquistas (no solo, claro) se asesinaron en Madrid a miles de católicos únicamente por el hecho de serlo y a un buen número de republicanos burgueses, entre ellos a Melquíades Álvarez, fundador del Partido Reformista en el que militaron Galdós, Ortega y el propio Azaña. A Azaña, a la sazón presidente de la República, la muerte de su amigo Melquíades lo sumió en la depresión y los presagios funestos volaron sobre él como una rueda de buitres. Lo vemos en La velada de Benicarló, una de esas tres obras prologadas ahora, magníficamente, por Mainer. En ella aparece un trasunto de Largo Caballero. Azaña, que lo despreciaba no menos que Largo a él, le hace decir cosas estupendas que bien pudo oírle en algún Consejo de Ministros: "Yo mismo pegaría fuego a los cuadros de Velázquez si con quemarlos se aseguraba el triunfo de la República". Un humanista.

Recuerda Mainer cuánto detestó, ridiculizó, escarneció la derecha a Azaña. Cierto. Su bestia negra. Le culpaban de haber traído la Guerra Civil. Pero no menos lo detestó, ridiculizó y escarneció la izquierda. Esta le hacía responsable de no haberla ganado, aunque ya había hecho de él un títere sin cabeza. Solo un ejemplo: La velada de Benicarló tuvo que esperar a 1980 para ser representada en un país en que no había compañía de teatro que no llevara en su repertorio siete obras de Bertold Brecht y rezara cada día ora a Lenin, ora a Fidel Castro. Cincuenta años de espera, como Chaves Nogales, Clara Campoamor, José Castillejo, Elena Fortún o Morla Lynch.

Hasta 1980 Azaña era un juguete roto, inservible, desdeñado por todos. Como Clara Campoamor y sus compañeros de infortunio crítico. Ya ha recordado uno alguna vez que la reedición del libro de Campoamor, imprescindible para saber lo que fue la Revolución de 1936, no tuvo en España ¡ni una sola reseña! Ni de críticos literarios ni de historiadores ni de profesores universitarios ni de... Campoamor, la mujer que trajo el voto para las mujeres en España, etcétera. ¿Y cuándo sucedió eso? ¿En el franquismo? Oh no, en 2002. No es memoria histórica, cierto, es memoria reciente, pero igual ayuda a entender la cosa.

La primera edición popular de los ensayos y discursos políticos de Azaña en España es de 1982 y la hizo Federico Jiménez Losantos. Oh sí. Consternación en la izquierda que subió hasta la indignación cuando Aznar se atrevió a reivindicar en público el legado del político alcalaíno. En ese punto, críticos, historiadores y políticos de izquierda se apresuraron. "Se pusieron las pilas", diríamos en la jerga de Tierno Galván (uno de "cuando entonces"): todo antes de que Azaña cayera en manos de una derecha que barruntaba que "la izquierda republicana" de ayer podría ser en nuestros tiempos una derecha liberal y monárquica constitucional.

Ha vuelto uno a releer estos días La velada de Benicarló. La escribió en 1937 en los días de la escabechina de trotskistas a manos de los comunistas. ¡Todo un presidente de la República escribiendo teatro en plena guerra! Claro que no le dejaban hacer mucho más. Eso, escribir sus diarios y pronunciar discursos, algunos de ellos extraordinarios. Y no la publicó hasta que todo estuvo perdido, en 1939. De haberse conocido en 1937, los anarquistas (no solo, claro) lo habrían fusilado. Por mucho menos se paseaba entonces. Y sí, Franco también. Al fin y al cabo Azaña es como ese personaje de La velada, Garcés, su alterego: "Me reconozco ajeno a este tiempo. Los hombres como yo hemos venido demasiado pronto o demasiado tarde". Y por supuesto que, conforme a esa Ley de Memoria Democrática, se le multaría por decir algunas de las cosas que dijo entonces. Yo espero mucho de ella. Gracias a la anterior (la de Memoria Histórica), la falangista Mercedes Fórmica y el conde de Berlanga de Duero (Edgar Neville) tienen una calle hoy en Madrid. De otra manera, imposible. Pero bueno, nos quedan todavía 15 años para hablar de todo esto.